Los niños entre los 0 y 6 años –incluso antes del nacimiento– son seres complejos que retienen y están hiperatentos al mundo que los rodea: los sonidos, las formas, los colores, las texturas, las sensaciones, los olores, los sentimientos, las personas… A partir de ese contacto –esa interacción– los niños construyen y reconstruyen, día tras día, sus sistemas de conocimiento; mejor dicho, van revelando una identidad y moldeando –en el presente y día tras día– unos valores, unos gustos y, claro, un universo en el que ellos se pueden sentir incluidos o no (o un universo en el que ellos incluyen a otros o no).
En ese sentido, si el niño en la primera infancia está expuesto a la interacción con otros elementos ajenos a su contexto –digamos, que pueda jugar con niños de diferentes culturas– entonces su universo es más amplio: más diverso: más tolerante. Si un niño no tiene ninguna interacción con el otro o los otros –si los desconoce– su universo se reduce y el otro no existe, es invisible o es «raro».
Por esta razón mostrarle el mundo al niño desde el reconocimiento y valoración de la diversidad humana y natural es, sin duda, un imperativo ético –parafraseando a la UNESCO: la diversidad cultural es un patrimonio común de la humanidad porque gracias a la comprensión de ésta –desde la primera infancia– se construye el respeto a la dignidad humana.
Los derechos culturales, la identidad cultural, la inclusión, el acompañamiento y vínculo afectivo, la integralidad, la participación y la interactividad son los fundamentos transversales de las distintas construcciones de universos –de mundos– en los niños. Allí se integran elementos como la comida, la lengua, el género, la religión, el baile, la música, la naturaleza… Si el niño es capaz de comprender esa infinitud de posibilidades –por ejemplo, que hay sociedades que comen insectos o que hay bailes que rinden homenaje al sol o que hay niños que juegan con animales–, pues, su sistema de conocimiento aprehende, comprende y acepta lo “diferente” desde su diferencia: la de los otros y la suya.
Es importante que los niños, a través de sus maestros, padres, cuidadores y, sin duda, los productores de contenidos infantiles –sin importar el entorno de desarrollo en el que se encuentren–, puedan concebir la diferencia de las personas como algo natural. Así, y solo así, la diversidad deja de pensarse como una falta, ausencia, rareza o invisibilización y se convierte, entonces, en una oportunidad para conocer, crecer, jugar y divertirse.